Al este del centro urbano de Cartagena, saliendo de la ciudad en dirección a La Aparecida, se sitúa la diputación de El Hondón, zona tradicionalmente agrícola (ya durante los siglos XVI y XVII se citan con cierta frecuencia en los libros capitulares los pagos del Hondón, Roche y Torreciega, que se refieren a distritos agrícolas), se reconvirtió a finales del siglo XIX y principios del XX con la instalación de varias industrias pesadas como Española del Zinc, Potasas y Derivados o el polígono industrial de Cabezo Beaza.
Prueba evidente de que la zona estuvo habitada desde tiempos del Imperio romano es el monumento sepulcral romano de Torre Ciega, situado en el barrio de Torreciega. La torre es el monumento sepulcral de Tito Didio, que fue procónsul de la Hispania Citerior en el año 94 a. C. La necrópolis de Torre Ciega se encontraba sobre la calzada romana que desde Carthago Nova se dirigía hacia Tarraco por la costa.
En su huida, el moro llegó hasta la Torre Ciega, lugar que consideró ideal para esconder su preciado tesoro y posteriormente escapar por la costa. Y así lo hizo. Ordenó a sus sirvientes que excavaran un profundo agujero en la tierra y allí escondió sus riquezas. Para asegurarse que nadie conociera jamás el lugar del escondite, mató a sus dos esclavos. Y para facilitar su propia huida, se vistió con las humildes ropas de uno de ellos.
No pudiendo embarcar en Cartagena, donde el cerco que le perseguía era muy estrecho, decidió acercarse hasta el Cabo de Palos para allí hacerlo. Mas un pescado lo descubrió y dio aviso a los soldados. Aunque fue apresado e interrogado, dicen que no hubo forma de que dijera una palabra sobre el lugar donde había escondido el tesoro, por lo que finalmente le dieron muerte.
Sin embargo, pasados los años comenzó a circular en la zona la noticia de que el tesoro podía estar enterrado en las proximidades de la Torre Ciega. No se sabe si quizás pudieron haber sacado alguna palabra al moro antes de su muerte o si acaso alguien vio como enterraba el tesoro. El caso es que las gentes comenzaron a interesarse y a rondar la Torre Ciega en busca de las riquezas.
Unido a esto esto, corría también el rumor de que la Torre Ciega estaba maldita y la gente consideraba muy arriesgado pasar junto a ella, especialmente después del toque de oración. Por temor a este maleficio, las gentes desistieron en buscar el tesoro.
Pero había un hombre llamado Antón, un rico labrador, que cuanto más tenía más quería, y que la sola idea del tesoro le robaba el sueño. Tanto obsesionaba la idea al avaro campesino, que un buen día decidió desafiar el maleficio de la Torre y se dispuso a buscar los bienes del fallecido moro. Dispuesto a todo, una noche, pasado el toque de oración, tomó un farol y una pala y se dirigió a la Torre.
Estaba el labriego cavando ansiosamente, preso de la codicia, cuando se le apareció una figura envuelta en un blanco fantasmal y le advirtió que si encontraba el tesoro, las alhajas se convertirían en víboras.
Tanto se asustó el viejo labrador que huyó corriendo hacia su casa y jamás él ni nadie volvió a mencionar el tesoro.