El veneno de Portmán

La historia reciente de Portmán, Portus Magnus para los romanos, pueblo minero y marinero perteneciente al municipio de La Unión, y que contaba con una de las playas más bonitas del Mediterráneo, está marcada por la contaminación y la tragedia ecológica. Convertida desde finales de los años 50 en un vertedero de residuos químicos (se estima que entre 1957 y 1990 fueron arrojadas por la empresa Peñarroya cerca de 60 millones de toneladas de residuos químicos minerales, procedentes del lavadero de flotación Roberto), 12 kilómetros de su mar y hasta 14 metros de profundidad quedaron convertidos en lodo.

Acción de Greenpeace en la bahía de Portmán en 1986. Foto Greenpeace

Pero ya antes de esta catástrofe, una leyenda alertaba sobre los peligros de esa tierra minera.

Mediado el siglo XIX comenzó a circular en Portmán la leyenda de que todo animal doméstico que llegaba a la población se veía afectado por una extraña enfermedad, de origen desconocido, que acababa finalmente con su vida. La afección se intensificaba cuando, tras una tempestad, cesaban la lluvia y el viento y comenzaba a lucir el sol.

Cuenta la leyenda que una tarde de septiembre de 1843 llegó a Portmán un caminante acompañado por un pequeño perro. Su primera visión al llegar fue la de unos niños que corrían tras un pajarillo que, tras torpe y difícil vuelo, cayó al suelo muerto.

Los lugareños advirtieron pronto al forastero del peligro que corría su animal acompañante. Pero la muerte del pajarillo y los extraños historias de los portmaneros no convencieron al viajero.

Se instaló el caminante en una posada y dejó a su fiel acompañante en el solitario patio de la misma. Mas a la mañana siguiente se encontró al animalillo atacado por una terrible convulsión, perdida su mirada, rígidas las extremidades y sangrando por la boca. Al cabo de unas horas murió.

Le contaron sobre muertes similares y sobre un perro que parecía afectado por el mismo mal pero que había sido salvado por su dueño al arrojarle un cubo de agua de la mina.

Decían los lugareños que la enfermedad era debida  a un vapor de origen desconocido que salía de la tierra,

El viajero achacó la desgracia a las aguas que discurrían por los barrancos y llevaban arsénico en disolución.

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Más de un siglo después, en 1919, científicos de Geociencias Marinas de la Universidad de Barcelona (UB) hallaron arsénico en las muestras de sedimentos del fondo marino de la bahía. Tras extraer material del fondo marino con tubos de hasta cuatro metros de profundidad, los científicos analizaron los sedimentos con la luz de Sincrotón y encontraron que contenían arsénico proveniente de los minerales de la mina, como la arsenopirita, que se encontraba en diferentes estados de oxidación y podía movilizarse y liberarse por disolución en el agua.